viernes, 18 de abril de 2008

El primer almogávar

Fortuño de Vizcarra, el primer almogávar

El término almogávar, según la mayoría de las fuentes consultadas, tiene su origen en la palabra árabe 'Al-mugawir', que quiere decir 'el que penetra en territorio enemigo', 'el que realiza correrías o incursiones'.

La ferocidad, acometividad y bravura de los almogávares en el campo de batalla están presentes en todas las descripciones que se hacen de ellos, pero el secreto de su éxito era la gran habilidad, versatilidad y rapidez para adaptarse a los cambios en la lucha y el desarrollo de la contienda.

Aunque la historia de estos guerreros ha quedado reflejada en las crónicas desde el siglo XIII, sus orígenes se remontan casi seis siglos antes. Su origen legendario, recogido por Rafael Andolz en 'Leyendas del Altoaragón. El primer almogávar', 4 esquinas (nov. 1989), 44-45, paso a relatar.

Apenas hacía ocho años que los musulmanes se había apoderado del valle del Ebro, pues discurría el año 721, cuando una banda incontrolada, a cuyo frente estaba el terrible Ben-Awarre, tenía atemorizados a los cristianos de la Ribagorza.

Un atardecer, cuando Fortuño de Vizcarra, que había cazado tres jabalís para reponer su despensa, se preparaba para pasar la noche en el monte, divisó una gran humareda en Riguala, pequeña aldea cercana a Serraduy, a orillas del Isábena,, donde vivían y le esperaban su esposa Gisberta y su hijo Martín. Temerosos por ellos, dejó a buen recaudo las piezas e hizo corriendo al galope el largo camino que le separaba de su pueblo, que había sido incendiado y saqueado por los hombres de Ben-Awarre.


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Cuando pudo, llegó a su casa. Gisberta y Martín, fundidos en un abrazo, temían morir en cualquier instante. Los sacó como pudo Fortuño de Riguala para llevarlos a Roda de Isábena, donde la situación era, asimismo, dantesca. Dejó a su mujer e hijo en la iglesia, lugar en el que se habían refugiado los cristianos, y corrió a buscar a su madre y hermana que vivían allí.

Apenado por la muerte de su madre, regresó a la iglesia, donde ya no quedaba nadie. Preguntó a un vecino y supo por él que a Gisberta le llevaban a rastras, calle abajo, dos moros. Corrió desesperado y, al doblar una esquina, tropezó con el cadáver de uno de ellos, y, un poco más lejos, con el cuerpo de Gisberta, herida de muerte y delirando. Enloquecida y exhausta, la esposa de Fortuño amenazaba con matar con su propio alfanje (puñal) al otro moro que había despeñado a su hijo. Sin fuerzas, Gisberta murió en brazos de su marido.

Ante los infortunios provocados por Ben-Awarre, sin que las autoridades musulmanas acertaran a poner fin. Fortuño de Vizcarra tomó una firme determinación y, antes de que finalizara tan aciaga noche, desapareció. Desde entonces, unido a otros cristianos de la comarca ribagorzana, haciendo de las sierras de Sil, de Campanué y de Olsón su bastión, no cejó en atacar y saquear a cuantos viajeros y caminantes moros se atrevían a recorrer sus caminos.

Contó con el apoyo de los cristianos mozárabes, y nadie pudo apresarle. Los moros, al referirse a él, le llamaban el 'almogábar', el primero que desde tierra aragonesa se lanzó al monte para luchar, cual guerrillero contra los invasores.